Después de leer esta colección de artículos y conferencias, escritas entre 1929 y 1949, uno se queda con una sensación ambivalente. Por un lado, reconozco al artífice de la forma de hacer historia que me han enseñado y que me ha convencido: una historia que, por encima de los "hechos" (reducto del positivismo decimonónico) busca a los seres humanos y sus relaciones económicas, sociales, culturales y también políticas. Añádase, en el haber del autor, su innegable pasión por su profesión, algo muy de agradecer en todo tiempo. Pero, por otro lado, Febvre se me hace antipático por ególatra, cascarrabias y chauvinista. Desde luego que uno tiene que ser consciente de lo que no hace bien y de lo que sí hace bien, pero irrita el papel de juez supremo que el historiador francés adopta frente a todos sus colegas. Y, en fin, molesta esa forma de redactar, que casi ha hecho tanta escuela como la propia revista "Annales", que quiere ser literaria pero que sólo llega a ser enrevesada y pedante. ( )