Esta parte de las memorias de Barea las escribió durante sus años de exilio en Oxford, con un tono marcadamente melancólico y pesimista, consciente a través de la perspectiva de los años del camino que tomarían los acontecimientos.

Esta novela cierra la trilogía "La forja de un rebelde", compuesta asimismo por "La forja" y "La ruta". Esta es, probablemente, la más destacada novela escrita por un exiliado acerca de nuestra guerra civil. Si en las dos obras anteriores de la trilogía se relatan hechos acaecidos en España durante el primer tercio de este siglo --vistos desde la óptica de un hombre del pueblo--, en "La Llama" ofrece una apasionante crónica del Madrid republicano en plena guerra y de las terribles vicisitudes del asedio a la ciudad, describe los tribunales populares, las pugnas entre los partidos, el traslado del Gobierno republicano a Valencia, así como otros muchos aspectos dramáticos de aquellos momentos. Barea no pretende aquí tomar partido a ultranza por ningún bando (si bien, en mi opinión, lo toma subliminal o inconscientemente), sino reflejar la angustia y el dolor que veía a su alrededor. ( )

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La llama fue la tercera y última entrega de la trilogía de Barea "La forja de un reberde", uno de los ciclos más emblemáticos de la novela del exiliol, junto con "El laberinto mágico" d eAub y algunas novelas de Sender.En ella muestra Barea su experiencia, y su crítica visión personal, de los meses inmediatamente anteriores a la Guerra Civil

El final de la famosa trilogía es un poco decepcionante para mí. Ya en las otras dos partes se veía que Barea se aparece como el perfecto progresista, una especie de arquetipo del español socialista. Pero la segunda entrega hizo nacer cierta esperanza de algo más que aquí, desgraciadamente, se ha perdido. El autor se encuentra en Madrid cuando estalla la guerra civil, y allí permanece durante casi toda la guerra. Mira con desprecio a los que se marchan cuando la capital es asediada, aunque él mismo hara lo propio apenas unos meses después. Trabaja por el pueblo, pero le repugna la "plebe" y sus excesos. En fin, llora por verse exiliado sin pensar mucho que él consigue en pocos días marcharse a una cómoda situación en Inglaterra mientras aquellos por los que dice luchar se pudren en los campos de concentración franceses o tienen que soportar la feroz represión de los franquistas. Esta mezcla de despootismo ilustrado y pose populachera fabricados desde cómodas posturas personales la he leído, escuchado y hasta vivido demasiadas veces en mi país.

Por lo demás, el autor escribe con pasión, como es lógico, y se las apaña para que sintamos con él las angustias físicas y psíquicas de significan vivir bajo un asedio. Si esto fuese una obra de ficción, me habría parecido mucho mejor, e incluso podría haberle encontrado un punto irónico. Pero no lo es, y eso, en mi opinión, es lo que le hace caer. ( )