La cabeza del cordero es una breve composición incluida por su autor dentro de un volumen al que da título y que se publicó en Buenos Aires el año 1949, aunque no se pudo editar en España hasta mucho más tarde. La visita hecha por un empresario a la ciudad de Fez (Marruecos), donde pretende ampliar su negocio. Allí se reúne con unos pretendidos parientes, descendientes de moriscos españoles, que le asaltan a preguntas acerca de los distintos miembros de la familia a la que dicen pertenecer. Le invitan a una cena en la que se sirve un cordero sobre una bandeja en cuyo centro reposa, abierta por la mitad, la cabeza del animal. Más tarde, de noche y a solas, el insomnio se apodera de él así como una angustiosa remembranza de su comportamiento durante la pasada guerra civil.

Un soldado nacional cuya única intervención bélica es la muerte de un miliciano en una escaramuza, trata de ponerse en contacto y ayudar lo más discretamente que puede a su familia, pero sólo encuentra rechazo. Un exiliado vuelve a Santiago y pasa unos pocos días asustado al enterarse de que, en su ausencia, un viejo amigo estuvo buscándole para darle el paseo, hasta que descubre que a ese mismo le habían asesinado años atrás. Un viajante que, en Marruecos, es invitado a entablar amistad con una familia local que aseguran ser de su misma sangre, y quizá lo fuesen, pero que, tras las puras cortesías, nada tienen que decirse unos a otros. Estos relatos y otros del mismo calibre el autor mismo los enlaza con la ruptura profunda que supuso la guerra civil española, como por lo demás todas las guerras. O ni siquiera eso. Simplemente cada uno tiene su vida, y son las circunstancias las que te llevan hasta tus amigos, pero la voluntad humana, por sí misma, no crea comunicación. Como de costumbre, Ayala tiene su propia forma de entender la vida y a las personas. Por supuesto, en su estilo calmado, sereno, con todo el tiempo del mundo para decir lo que quiere decir del modo que le parece mejor, con pleno respeto por el lector (es decir, con una pulcritud redactora que casi no tiene igual en nuestra lengua), y sin asomo de moralina ni mucho menos de violencia verbal. Aquí no hay malos ni buenos; cada uno es lo que es y despacha su vida como buenamente puede. ( )